La primera vez que te vi, pensé en tu estatura, la forma de tu cara y… no me gustaste para nada, no hay más verdad que esa.
Te escuché, te observé y me di cuenta que eras genial haciendo tu trabajo.
Alguna vez me pareciste pedante, sólo un poco; cortante y frío si trataba de hablar sobre temas distintos al que nos debíamos enfocar.
Ha pasado el tiempo y con él, tu estatura, la forma de tu cara, tus zapatos, han quedado tan sutilmente a un lado y en su lugar quedaron tu forma de hablar, tu forma de mirar, la seguridad de tu ser y de tu estar, quedó en mi pensamiento el trato amable, el sutil coqueteo, esos toques tenues y casi ocultos de tus dedos en los míos.
Te veo tan cerca y tan lejos y pienso en lo que deseaba, en lo que encontré, en lo que elegí y en lo que nunca tendré.
Pienso en que no hay oportunidad y no puedo evitar que mis ojos se inunden con unas tibias lágrimas de tristeza y soledad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario